sábado, 24 de abril de 2010

"9,760 KILOMTROS A TRAVÈS DE LA INDIA: SERIE PUROS CUENTOS: PARTE IX: "SAI, EL GRAN MAGO"

SERIE PUROS CUENTOS:
"9,760 KILÒMETROS A TRAVÈS DE LA INDIA"
PARTE IX: "SAI, EL GRAN MAGO"


“Sai, el “Gran Mago”




Visto a tan corta distancia, al viajero no le parecía que su famoso anfitrión fuese un hombre tan alto, tal y como se dejaba ver en las diversas fotografías publicadas en portadas de muchos libros. En medio de aquellas miles de almas de todas las edades y nacionalidades, que sentadas en el suelo en posición de yoga parecían haber caído en una especie de trance hipnótico colectivo, se habría paso aquel hombre de túnica naranja, piel de un cobrizo oscuro, más oscura que cobriza, con su nariz y demás rasgos faciales africanizados, y con su estrafalario y abombado pelo negro.

Aquella madrugada el viajero permanecía sentado en posición de yogui en aquel resplandeciente y frío piso, calmado e imperturbable, con los ojos muy abiertos, viendo toda la escena en aquel enorme salón semi-cerrado, observando con disimulo y suma atención hacia diferentes ángulos, como si estuviese filmando todo con una invisible cámara de video. Procuraba que no se le escapara ningún detalle, pues sabía que aquellas imágenes pasarían muchos años grabadas en su retina o mejor dicho, en su memoria.

Su anfitrión caminaba con cierta dificultad entre la gente, pese a que unos pasadizos casi invisibles, apenas señalizados por unas tenues y discretas líneas marcadas en el piso, le indicaban por donde podía pasar. Al parecer, el “Darshan” o la ceremonia devocional como le llaman los hindúes, estaba por empezar, pues de pronto el gran santón apresuró su paso, mientras estiraba sus brazos para tomar entre sus manos numerosas cartas que las gentes le entregaban de manera apresurada, antes de que él se desvaneciera de su presencia. Sin saber bajo que criterio de selección, él recibía solamente algunas mientras otras cartas las ignoraba totalmente, dejando a la gente con el brazo extendido en el aire y una manifiesta expresión de frustración y llanto en el rostro.

De pronto el viajero observó que aquel hombre se encaminaba directamente hacia el área donde él estaba sentado. Petrificó entonces todos sus músculos y agudizó la mirada, en una actitud muy parecida a la que asumían los cazadores primitivos en espera de un tigre en aproximación hacia la cueva.

En cuestión de segundos aquel hombre venerado estaba casi frente a él, a una distancia no mayor de un metro y medio. Detuvo su apresurado caminar justo frente a una línea de devotas mujeres hindúes, que se hallaban sentadas muy cerca del viajero, con quienes rozaba casi codo con codo. Al tenerlo tan cerca, aquellas mujeres se dejaron caer abruptamente sobre sus desnudos pies, intentando besarlos. El santón de inmediato se echó para atrás, retirando lo más que pudo sus piernas, y con manifiesto malestar repitió varias veces la palabra “Nei”.

Se escucharon entonces claramente varios No, en hindi o en urdu. Aquellas mujeres sintiéndose regañadas retiraron de inmediato sus manos, y enderezaron de nuevo sus columnas vertebrales. El viajero filmaba todo con sus retinas muy abiertas, y pronto se percató que el santón no lo había visto, o al menos había hecho como si no lo había visto, lo cual le devolvió la calma necesaria para observar con atención.

El santón estaba por alejarse del sitio pero al ver que aquellas mujeres inclinaban levemente sus cabezas hacia el suelo, extendió sus brazos y puso sus manos muy cerca de la coronilla de la cabeza en dos de ellas, y con la palma orientada hacia abajo, empezó a frotar suave pero rápidamente sus dedos, con un movimiento muy parecido al de un habilidoso cajero bancario que cuenta billetes. El viajero puso sus ojos en “zoom-in” como dicen los camarógrafos, cuando éstos van a enfocar un punto muy preciso.

De inmediato pudo observar algo que le pareció un tanto extraño: de las puntas de aquellos morenos y largos dedos, en ambas manos, salía una fina arenilla o ceniza color gris, que silenciosamente caía sobre la cabeza de las dos devotas, mientras algunos residuos adicionales caían sobre el piso.

Las demás mujeres que estaban muy próximas a las féminas afortunadas, se abalanzaron de nuevo hacia el suelo, pero esta vez no para besar los pies desnudos de su gurú, sino para intentar recoger entre sus manos un poco de aquella rara y arenosa sustancia.

Como un rayo que llega y desaparece, así se alejó el anfitrión por entre la gente. Mientras tanto, las bocinas seguían esparciendo la suave música devocional con el dulce sonido de cítaras, címbalos y flautas, bañando todas las avenidas y edificios de apartamentos en el extenso Prasanti Nilayam.

Pocos instantes después bajaron el volumen de los altoparlantes, que estaban estratégicamente dispersos por todas las áreas de edificios de aquella ciudadela-monasterio, por lo que era evidente que el anfitrión iba a empezar su “sermón matinal”. A mis espaldas, a unos cien metros de distancia, estaba la puerta principal de aquel inmenso salón sin muros, situado aproximadamente en la parte central de las extensas hectáreas que conforman Prasanti. El viajero giró su cabeza en un ángulo de 180 grados, y pudo observar que en ese preciso instante, un numeroso grupo de visitantes con inconfundible apariencia de norteamericanos, hombres y mujeres de diversas edades, estaba haciendo su ingreso al lugar.

Vio entonces como aquella comitiva pasaba en forma ordenada y respetuosa, a través del arco electrónico detector de armas, metales y video-cámaras. Los que habían pasado antes pronto removieron sus zapatos y los colocaron en los casilleros de madera que aún estaban vacíos. Los que llevaban cámaras digitales tuvieron que exponerlas ante un detector especial, pero al igual que a todos los demás concurrentes al Darshan, de todos modos a ellos tampoco les permitieron hacerlas ingresar.


__Algo que pudo ser muy grave sucedió aquí hace algunas noches. Te contaré esta tarde cuando bajemos al pueblito, le dijo Roberto, el nuevo amigo del viajero, cuando estos se encontraron en la puerta electrónica del gran salón, al nomás terminar el Darshan, poco antes de las siete de la mañana.

__ Observé anoche alguna gente que intentaba pasar desapercibida, pero me di cuenta que estaban armados, tenían varios jeeps y radio-comunicadores, le contestó el viajero.

__ Desde que llegué aquí hace más de cuatro años es la primera vez que pasa esto, pero no te preocupes, ya todo se normalizara, contestó aquel hombre de edad madura y voz serena, ex funcionario de una agencia de Naciones Unidas en Delhi, y quien había dedicado toda su vida profesional al trabajo con los infantes y adolescentes.

__ OK, quedamos entonces en el “Om”, dijo el viajero.
__ Exacto. Ese lugar me gusta. Allí te espero con mi taza de café, a las 5 en punto, contestó aquel huésped, mientras apresuradamente se dirigía a su tarea cotidiana de lavar platos, en una de las enormes cocinas colectivas donde hacía su voluntariado.


Fin/




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