sábado, 26 de junio de 2010

SERIE: PUROS CUENTOS : PARTE XI: "LA DAKINI"

kultur-Tulum:




NARRATIVA Y CUENTO CORTO:






De la Serie Puros Cuentos: “9, 760 Kilómetros a través de la India”.





Parte XI:




“LA DAKINI”





__ Espero que todo haya salido bien en su viaje a Puthapharti, se escuchó decir a Nalesh por el hilo telefónico.


__ Así es, todo está bien, gracias. Ya estoy de regreso en Madrás…, de hecho, recién estoy entrando en estos momentos a mi hotel, y ahora le llamo para confirmar la cita que tenemos usted y yo en un par de horas, contestó el viajero.


__ Me temo que será un poco difícil esta tarde, pues como ya te habrás podido dar cuenta, esta fuerte tormenta que está cayendo sobre la ciudad no amaina y creo que continuará así toda la tarde…, dijo Nalesh.


__ ¿Qué sugiere usted?, contestó de inmediato el viajero.


__ Te propongo que pasemos la cita para mañana un par de horas más temprano, pues me gustaría prepararte una pequeña sorpresa, dijo Nalesh.


__ Está bien, de acuerdo. Quedamos entonces a las dos de la tarde, en el mismo sitio ¿verdad?, preguntó a su amigo Nalesh.


__ Correcto. En el mismo lugar, contestó en tono lacónico y amable.



El tiempo que siempre pasa volando para los viajeros compulsivos, transcurrió otra vez como una veloz tromba, y pronto llegó de nuevo la hora del reencuentro con el amigo Nalesh, casi veinticuatro horas después de haber hablado por teléfono con él. Tal y como habían acordado, se reunieron en un amplio e iluminado restaurante muy cerca del edificio municipal, en el centro del la ciudad. Allí permanecieron casi una hora charlando y contándose anécdotas. El viajero daba detalles a su amigo de sus impresiones y experiencias en Prasanti Nilayam, hasta que al cabo de cierto tiempo Nalesh le interrumpió y consultando su reloj le dijo a su amigo:


__ Muy bien. Debemos irnos en este momento. Deseo presentarte a una persona que estoy segura te interesará bastante.


__ Como usted diga, fue todo lo que alcanzó a contestar el viajero, mientras se apresuraba a pedir la cuenta, levantándose de aquella mesa con cierta prisa.



Los dos hombres salieron a paso apresurado de aquel lugar y se dirigieron al parqueo del establecimiento, en busca del auto de Nalesh. En pocos minutos se encontraban atravesando una buena parte de la ciudad, hasta llegar a una de sus periferias, una extensa área boscosa que de inmediato el viajero reconoció estaba a muy poca distancia de Adyar, la famosa quinta donde Krishnamurti había vivido una buena parte de su niñez y adolescencia.


Nalesh condujo su vehículo por una estrecha y larga senda sin asfalto, compuesta por dos enormes hileras de frondosos y elevados árboles que flanqueaban en línea paralela el angosto camino de tierra. No había casas ni gente y todo parecía estar dominado por el fresco verdor de la naturaleza. Luego de que hubo transcurrido cierto tiempo, quizá unos quince minutos yendo a prudente velocidad, finalmente llegaron hasta el final del sendero, que terminaba justo en el jardín frontal de una enorme y muy antigua casa de madera.


Dejaron el auto en la entrada del jardín y caminaron hacia la puerta principal de aquella mansión, para hacerse anunciar con los tañidos de una campana de regular tamaño, que colgaba muy cerca de la entrada principal.


Muy pronto apareció una mujer de mediana edad ataviada con un hermoso sari, cuyos pliegues y grandes partes abiertas ponían al descubierto una oscura y tersa piel, que resaltaba la elegancia natural de un cuerpo esbelto y erguido. Tras un breve saludo gestual la mujer hizo pasar al viajero y a su amigo al interior de la una enorme sala de estar, que de inmediato llamaba la atención por su escaso mobiliario, y por estar dominada por una llamativa decoración en el piso, compuesta por una enorme y auténtica piel de tigre, colocada justamente en el centro de la sala.


Casi de inmediato aquella anfitriona se escurrió silenciosamente por uno de los pasillos interiores de la casa, y rápidamente regresó a la sala donde la esperaban sus visitantes, portando en las manos un par de almohadones grandes y un juego de candelas de incienso de sándalo, poniendo todo ello de inmediato en el centro de aquella enorme alfombra zoomorfa.


Mientras la mujer encendía las velas y distribuía los almohadones en puntos separados de la alfombra, intercambiaba ciertas palabras en urdu con Nalesh, mientras el viajero escuchaba con atención intentando entender algo, sin atinar a descifrar en lo absoluto nada de lo que oía.

Con una de sus manos Nalesh hizo un gesto a su amigo invitándolo a que se sentara y acomodara en uno de los almohadones, mientras el hacía lo mismo, no sin antes haberse removido los zapatos, cosa que de inmediato imito el viajero.


Mientras tanto la anfitriona volvió a retirarse por unos instantes hacia una de las habitaciones de la casa, y pasados unos minutos regresó portando un enorme y pesado reptil en sus brazos, el cual venía enroscado como si se tratara de una pesada rueda de automóvil.


Al ver que la mujer se acercaba lentamente hasta donde ellos estaban sentados, el viajero se sobresaltó e intentó levantarse de inmediato, pero Nalesh le hizo un ademán indicándole que guardara la calma, que nada malo le iba a ocurrir.


En completo silencio la anfitriona removió los zapatos de sus pies y se sentó en posición de yoga sobre la alfombra, a una cierta distancia de sus dos visitantes. Con sumo cuidado depositó sobre su regazo aquella pesada rueda de oscura y escamosa piel, y cuando tuvo sus dos manos libres sacó del interior de su sari un par de pequeños címbalos unidos entre sí por una delgada cuerda de cuero, y de inmediato los chocó suave y repetidamente el uno contra el otro, produciendo un extraño pero agradable tañido, cuya agudeza inundó toda la sala.


Poco a poco la enorme serpiente fue desperezándose, y con mucho tacto empezó a subir por las piernas y el tronco del cuerpo de su ama. La mujer entonces dejó a un lado su instrumento musical y cerrando sus ojos se puso a meditar, mientras aquel animal se enroscaba y subía suavemente hacia el cuello de la anfitriona.


Sin alarmarse pero con mucha delicadeza, la mujer aflojó un poco la presión que el animal estaba ejerciendo sobre su garganta, y sin abrir los ojos, acarició con sus dedos la cabeza del reptil, quien de inmediato reaccionó subiendo y deslizándose lentamente hacia el rostro de la mujer, hasta situarse justo enfrente del entrecejo de ella, en mitad de la frente, tocándola suavemente con su pequeña boca, cosa que aquel animal realizó varias veces y sin ninguna prisa.


En ese trance estuvieron la mujer y la serpiente durante varios minutos, los cuales al viajero se le antojaron siglos, pues estaba realmente muy asustado con todo aquello. Nalesh mientras tanto observaba con suma atención sin que aquella escena realmente le alterara en lo más mínimo, como si estuviese acostumbrado a ello.


En determinado momento la mujer retiró muy delicadamente a su mascota, tomándola de una porción muy cerca de su cabeza, hasta que logró que el reptil volviese a su posición original, como disponiéndose a continuar durmiendo. Casi de inmediato, la mujer abandonó su posición de yoga y poniéndose de pie se acercó a su amigo Nalesh y le susurró algo al oído. Él entonces tradujo aquellas palabras del urdú y le dijo al viajero:


__ Mi amiga dice que no tengas miedo. Quiere enseñarte algo pero que antes debes cerrar tus ojos, respirar profundo y poner tu espalda completamente vertical, como si estuvieses meditando.



Sin decir absolutamente nada, el viajero obedeció de inmediato, y a continuación sintió que su anfitriona se acercó hasta donde estaba él. Se percató que ella se había sentado justo en frente, tan cerca que incluso pudo sentir la respiración de la dama. Casi de inmediato sintió en la frente la punta de un dedo presionándole suavemente la pequeña zona del entrecejo, quizá un par de centímetros arriba de la raíz de sus fosas nasales.


La anfitriona repitió varias veces esa sencilla y extraña operación sobre la frente de su visitante, y luego susurró algo a Nalesh, quien de inmediato se dirigió a su amigo.


__ Ella dice que debes mantener los ojos cerrados y de este momento en adelante, cada vez que ella te toque la frente con la punta de su dedo, debes decirme en voz alta, el color que estés viendo en tu interior, dijo Nalesh al viajero.



Por unos segundos se hizo un completo silencio en aquel ambiente, y a continuación la mujer tocó de nuevo la frente del amigo de Nalesh. De inmediato aquel hombre dijo:


__ Veo una mancha verde que gira enfrente de mí.

Nalesh le tradujo a su amiga y de inmediato ella tiró hacia el suelo el pequeño trozo de tela que tenía entre sus dedos. A continuación sacó del interior de su sari otra pieza de tela, esta vez de un color distinto, y mientras la sostenía con una mano, con la otra tocó de nuevo la frente de su visitante, y éste dijo;

__ Amarillo.

La mujer soltó hacia el suelo nuevamente la delgada tira de tela y sacando una tercera, esta vez de color rojo, posó de nuevo la punta de su dedo índice en la misma zona corporal de aquel hombre, y de inmediato se le escuchó decir;

__ Rojo.

En ese momento, la mujer pidió a su amigo Nalesh que indicara a su amigo que abriera los ojos, cosa que este hizo rápidamente, y entonces ella abrió los puños que aquel hombre tenía fuertemente cerrados sobre su regazo, y sin decirle nada le colocó entre los dedos los tres pedazos de tela.

Con ojos desorbitados, el viajero descubrió rápidamente que el color de estos se correspondían exactamente con los que él había observado en su interior.

La mujer sonrió y poniéndose de pie se despidió amablemente de los dos hombres, dirigiéndose de nuevo hacia las habitaciones interiores de aquella casa.

Ya estando en el auto de Nalesh a punto de partir de regreso al centro de Madrás, el viajero rompió su silencio y se escuchó preguntarle a su amigo;

__ ¿Cómo se explica esa experiencia?

__ Piensa un momento por ti mismo y trata de encontrarla por mera intuición. En Cuanto lleguemos a tu hotel te daré un par de explicaciones al respecto.



Fin/



Sergio Barrios E.