miércoles, 23 de septiembre de 2009

9,760 Kilòmetros a travès de la India (Parte II) "Sueños premonitorios en el Hotel Bright"

El Parlamento Nacional


Universidad de Nueva Delhi








9,760 Kilòmetros a travès de la India






(Parte II)






"Sueños premonitorios en el Hotel Bright"




“Sueños premonitorios en el Hotel Bright”



__Cuesta solamente trescientos rupis la noche, dijo el encargado, un hombre de mediana edad, tez oscura y de enormes ojos negros, más oscuros que la bóveda espacial huérfana de estrellas aquella noche.

__ ¿Es lo menos?, contestó el viajero, arqueando las cejas y pausando con claridad lo mejor que podía su inglés, para que aquella conversación fluyera sin problemas de entendimiento.

__Son apenas diez dólares… tome en cuenta que estamos en Connaught place, este es el centro de Delhi, un área muy bonita tal y como usted podrá ver mañana en la mañana, contestó el encargado.

__Uhmm, ajá, se escuchó carraspear al viajero, que en aquellos instantes lo único que deseaba era tirarse en alguna cama para descansar, y por ello, no deseaba continuar regateando. Después de todo, a esas alturas de la madrugada ya había pasado previamente por otros dos hoteles, aprovechando la amable ayuda y la guía del paciente taxista.

__Está bien, dijo el viajero, mientras abría el ziper del cangurito que llevaba prendido de su cinturón, sacando un billete.

__ ¿Desea ver las habitaciones?, le preguntó el encargado, haciéndose un tanto el disimulado y sin tomar el billete que el huésped acababa de colocar encima del escritorio aquel.

__No hay mucho que ver. Su asistente me enseñó ya la única que está libre esta noche, contestó el viajero.

__OK, no problem… que tenga feliz descanso, se oyó decir al encargado, al tiempo que entregaba al viajero un par de llaves colgadas de un pequeño y delgado trozo de madera con un número impreso en ambas caras.

Sin decir nada el joven taxista se adelantó caminando hasta el fondo del pasillo cargando una de las maletas de su cliente, hasta detenerse justo en frente de la habitación asignada al huésped.

Por un momento los dos hombres se entretuvieron un par de minutos mientras calculadora en mano hacían cuentas, sumando, restando y dividiendo cifras, hasta que finalmente se pusieron de acuerdo en la cantidad de dinero que el taxista habría de recibir en pago por sus servicios brindados durante un par de horas.

Rápidamente se despidieron y el viajero de inmediato se encerró en su habitación, sin siquiera quitarse la ropa ni los zapatos, se dejó caer pesadamente sobre aquella ancha y blanda cama.

Durante un breve lapso en aquella habitación reinó un silencio casi absoluto, hasta que el ruido de unos nudillos tocando con insistencia a la puerta, despertó al viajero. Sin embargo, el cansancio lo dominó y prefirió hacerse el sordo, cambiando de posición antes de seguir durmiendo.

Sin embargo, ante la persistencia de los toquidos, los cuales cada vez eran más fuertes, el viajero finalmente decidió levantarse y constatar de una vez por todas de qué o de quién se trataba.

Con pereza y como si estuviese borracho aquel hombre se levantó en mitad de la oscuridad de su habitación, y creyendo dirigirse hacia la puerta se topó con una pared. Comprendió entonces que no se encontraba en su dormitorio de Walthamstow, en Londres, y como pudo, abrió los ojos y vio a sus espaldas la cerradura de la puerta.

Se dirigió hacia allí, quitó el cerrojo, giro la manecilla y entreabrió la puerta. De inmediato sintió un violento empujón que casi lo hace caer al suelo, y al levantar la vista pudo ver a una mujer y un hombre que se dejaban ir encima de él clavándole en cuestión de segundos un cuchillo en el abdomen. En aquellos dramáticos instantes el viajero no supo si caía al suelo o seguía de pie. Por mero instinto se llevó sus manos hacia el estómago, tocándose con angustia la zona de la herida, pero no pudo sentir la humedad de su sangre ni tampoco sintió ningún dolor.

En eso estaba cuando de pronto despertó. Se dio cuenta de que se quejaba con una voz apagada y que su cuerpo estaba bañado en sudor. De inmediato reaccionó y encendió la tenue lucecilla de la diminuta pantalla del reloj digital que llevaba en su muñeca izquierda. Quiso averiguar la hora pero quedó más confundido al ver que el aparatito marcaba las 14 horas PM. Recordó entonces que al salir del aeropuerto horas antes, había olvidado ajustar su reloj a la hora local.

Pasaron algunas horas hasta que la intensa luz que ingresaba al interior de la habitación lo despertó. Calculó entonces que eran aproximadamente las diez de la mañana, por lo que decidió levantarse, quitarse la ropa y meterse a la ducha.

Mientras se bañaba iba construyendo mentalmente la agenda del día. Recordó entonces que, de acuerdo al nombre escrito en la portada del libro que venía leyendo durante todo el trayecto en el avión, y que había dejado a la vista en un pequeño escritorio situado a la par de su cama en aquella habitación de hotel, el apellido de la persona a la cual iría a buscar aquella mañana a la universidad de Delhi. Mientras se enjabonaba repasó mentalmente el nombre. “Se llama B.S. Goel”, se dijo así mismo, y recordó que debía señalarle al autor que su libro estaba vendiéndose en librerias londinenses en plena avendida Gower Street, muy cerca del British Museum.

Pensó entonces que luego de dar un breve paseo por los alrededores del hotel, enviaría al extranjero un par de tarjetas, buscaría un café internet y luego se dirigiría hacia la universidad en busca del profesor.

Muy poco tiempo después, el viajero se encontraba ya en la puerta exterior de su hotel, indagando con el encargado cuál era la forma más práctica y sencilla de llegar hasta la oficina central de correos.

__Desde la India las cartas tardan como un mes en llegar hasta América, le advirtió el encargado. Mejor mande un e-mail le aconsejó.

__Sí, ya lo imaginaba. Eso es típico de los países tercermundistas, le contestó de inmediato el viajero.

__ Tercermundistas todavía…pero no por mucho tiempo más, le espetó de inmediato el encargado, mientras desde el fondo de sus ojos asomaba un chisporroteo de luz en el cual el viajero creyó ver un asomo de orgullo e identidad nacional muy poco disimulado.

Luego de agradecerle al encargado sus instrucciones para llegar a pie a la oficina postal del gobierno, se despidió momentáneamente de él. Nuestro viajero de inmediato se incorporó al escaso y ordenado tráfico peatonal que a esas horas de la mañana fluía por el centro de la ciudad. Comenzaba así su primer día en Delhi.