martes, 26 de enero de 2010

SERIE "PUROS CUENTOS" (VI); "LA ESPOSA CANTORA"

SERIE "PUROS CUENTOS"
Nueve Mil Setencientos Kilòmetros a Travès de la India
Parte IV:
"LA ESPOSA CANTORA"


Por unos instantes las agudas voces de los niños vendedores ofreciendo “chai” caliente, inundaron el ambiente caluroso y cerrado, mientras los descalzos pequeñuelos se abrían paso entre los atestados pasillos del vagón, portando en sus pequeñas manitas sus rústicos termos de lata con carbones ardientes en su base. Con su presencia, los niños entraron en competencia con el sonido elevado de las risas de aquel grupo de pasajeros, que desde la estación central de trenes, más de diez horas atrás, en Nueva Delhi, sus seis o siete integrantes no habían parado de charlar y reír.

__Ajá, entonces conteste a mi pregunta, dígame, usted que es tan inteligente, pues supongo que debe serlo, o de otra forma no viniera ahora de estudiar en una Universidad europea… ¿no es así?, le dijo aquel hombre, medio en serio medio en broma, retándolo sanamente.
__ ¿Quiere chai?, ¿le sirvo una taza de chai?, se escuchó de nuevo la voz infantil, dirigiéndose directamente y con insistencia al viajero.
__ ¿Chai?, se escuchó preguntar a aquel hombre, mientras con curiosidad intentaba mirar hacia el interior de aquel vetusto tarro, hecho de lata humeante y ennegrecida, que el pequeño vendedor colgaba de uno de sus hombros.
__ Es té, mi amigo, té caliente y muy sabroso… le explicó uno de aquellos hombres que formaba parte de la rueda que se había formado en torno asiento donde iba el viajero.
__ ¿Qué me preguntaba usted hace unos momentos? Repítame lo que me hablaba, dijo el viajero, mientras le entregaba al niño un diminuto y maltrecho billete azul de 1 rupi.
__ Mi amigo Pakrash le decía que usted tiene cara de persona inteligente, contestó uno de los hombres del grupo, rompiendo su breve silencio, mientras aguzaba su mirada con cierta picardía.
__ Bueno, si yo realmente fuera inteligente quizá no estuviera acá en este momento, viajando en esta incomodidad de los vagones de clase económica, respondió en tono irónico el viajero. Supongo que al menos, si mi cociente intelectual fuese un poquito más elevado, tendría mayor habilidad para conseguir un poco más de dinero, y entonces yo ahorita estuviera viajando cómodamente en los vagones de adelante, en clase A, dijo el viajero.
__Sí, pero entonces no nos hubiera conocido a nosotros, y no se estaría divirtiendo ni la mitad…respondió de inmediato otro de los conferenciantes, que estaba sentado justo en el centro del largo sillón que quedaba justo en frente del sillón donde venía el viajero.
__ ¡Bueno, bueno, no ha respondido usted mi pregunta!, irrumpió de nuevo Pakrash, intentando así retomar el curso inicial de aquella conversación colectiva, que a ratos se tornaba un tanto caótica, con más de media docena de gentes entusiasmadas hablando al mismo tiempo.
__ Mire, francamente no se me ocurre una respuesta concreta… se escuchó rumiar al viajero, como si no quisiera dar su brazo a torcer.
__ Tal vez usted necesite otros mil kilómetros de recorrido en este tren…a lo mejor cuando estemos ya cerca de Madrás, dentro de dos días a usted ya se le habrá ocurrido una posible respuesta a mi pregunta…dijo Pakrash, desatando nuevas risas en el grupo.
__ Vamos a ver, repítame de nuevo el asunto, quizá esta taza de chai me ilumina el cerebro, respondió el viajero, mientras hacia gestos de brindis levantado su pequeño vaso.
__ Ok, ya ve, no todo se aprende en la universidad…aquí le va de nuevo la pregunta, dijo el hombre, alzando la voz para intentar ahogar el sonido de un estridente chirrido de ruedas, que en ese preciso momento intentaban frenar el mastodonte metálico, ante la proximidad de una nueva y pequeña estación.
__ El viajero inclinó levemente su cabeza para escuchar mejor la pregunta que le formulaba otra vez su nuevo amigo Pakrash, y luego de unos segundos de silencio reflexivo dijo: “No, no tengo idea como puedo hacer saber eso en tales condiciones…si se supone que no contrato a ningún espía, tampoco cuento con información de ningún amigo, vecino, ni tengo ninguna evidencia que delate la infidelidad de mi hipotética esposa…ni tampoco la escucho pronunciar a ella el nombre de su supuesto amante mientras duerme…y tampoco ella tiene interés en confesarme nada…uhmm… francamente, no tengo idea…”, dijo el viajero.
__ Hombre, eso está muy fácil. Le voy a dar una pequeña pista, se escuchó decir a Pakrash, conteniendo la risa mientras miraba directo al rostro del viajero.
__ ¿Qué pasaría si cada tarde al nomás llegar su esposa a casa, usted le pidiera que le entonara alguna estrofa de alguna canción que ella se supiera?, inquirió Pakrash, mientras reía con la mirada.
__ ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Para qué me serviría oírla a ella cantar todas las tardes al llegar a casa?, respondió de inmediato el viajero, un poco intrigado.

Al escuchar aquella reacción de parte del viajero, el pequeño grupo de hombres se soltó en risas. Se miraban entre ellos y se reían sin poder disimular, mientras la gente a su alrededor hacía esfuerzos por acomodarse e intentar dormir un rato en aquel atestado vagón. Eran casi las doce de la noche, y desde horas tempranas en la mañana aquel grupo no cesaba de hablar y reír. Habían transcurrido más de 15 horas desde que salieron de Nueva Delhi y llevaban mucho tiempo en puro parloteo.

__ ¡Vamos Phalevi, cuéntale de una vez aquí al amigo!, se escuchó decir a Prakash, mientras movía su cabeza con ese leve bamboleo tan característico de mucha gente en la India.
__ Durante una época mi mujer me engañaba, pero pronto encontré la manera directa y segura de asegurarme de su infidelidad, se escuchó decir a Phalevi, con toda la seriedad del mundo. Su confesión no reflejaba vergüenza alguna.
__ ¿Y, qué paso? ¿Cómo comprobó usted su sospecha?, alcanzó a preguntar el viajero, empleando el mismo tono solemne de su nuevo amigo.
__ Tiempo atrás mi mejor amigo me había recomendado que cada vez que yo sospechara que mi mujer había estado con otro hombre, que al nomás llegar ella a casa la pusiera a tararear alguna estrofa…usted sabe, una partecita de esas pegajosas canciones cursis que todos los días escuchamos en la radio…dijo Phalevi, bajando ostensiblemente la voz.
__ ¿Y?, inquirió el viajero, con un tono de voz que denotaba impaciencia.
__ Bueno, me costó decidirme por la prueba, hasta que una tarde de tantas le pedí a ella que lo hiciera…ella muy extrañada por la petición accedió, y justo, casi sin proponérmelo, logré lo que buscaba… dijo aquel hombre, mientras el grupo hacía evidentes esfuerzos por contener la risa.
__ ¿Y que buscaba usted?, preguntó a secas el viajero.
__ ¡La prueba definitiva! Aquella tarde la voz de mi mujer sonaba diferente…usted sabe, sonaba algo áspera…contestó Phalevi.
__ Sigo sin entender nada. ¿Qué tiene eso que ver con la supuesta infidelidad de su esposa?, dijo el viajero.
__ Muy sencillo. Ya mi amigo, el acupunturista, me había explicado antes, que en el cuerpo humano existe una polaridad entre la laringe y los órganos genitales. El me había explicado que muchas mujeres experimentan cierta irritación en la laringe, particularmente pocas horas después de haber tenido relaciones sexuales…bueno, y muchas también al terminar su fase menopáusica, y por ello, él me recomendaba que estuviera atento a los cambios de voz en ella, dijo Phalevi.
__ ¡Caramba¡, nunca me imaginé tal relación…se escuchó decir al viajero, mostrando asombro.
__ Haber Phalevi, dile aquí al amigo cuál es la raíz etimológica de la palabra “voz”, se escuchó de pronto decir a Prakash, mirando hacia su amigo, sentado a la par.
__ La palabra “voz”, al menos en el antiguo hebreo, se escribe Yediah, que viene de la raíz etimológica Yadah, que significa “conocer”…respondió de inmediato Phalevi.
__ Y sabe usted, amigo mío, ¿Cuál es la palabra hebrea que utiliza la biblia para referirse a las relaciones sexuales?, preguntó Prakash al viajero.
__ No, no lo sé, respondió él de inmediato.
__ Yadah, para referirse al coito la biblia utiliza la misma palabra que se emplea para señalar la garganta…respondió Phalevi, mientras el pequeño grupo de burócratas soltaba una sonora carcajada.
__ Sssshhhh, por favor, guarden silencio, la gente aquí quiere dormir…mañana tendrán todo el día para seguir con sus bromas…dijo en voz alta aquel inspector, que visiblemente molesto se había acercado a esa ruidosa sección del vagón, y sin pensarlo dos veces bajó abruptamente el interruptor, dejando a los bullangueros viajeros sumidos en la penumbra de la noche.


Fin/
Sergio Barrios E.