viernes, 21 de mayo de 2010

Serie: Puros Cuentos: Parte X: "La Vida en Prasanthi Nilayam"


Nueve mil setecientos kilómetros a través de la India


Serie Puros Cuentos


Parte X



“La vida en Prasanthi Nilayam”



__ No creo que exista un lugar como este en ninguna otra parte del mundo, dijo Roberto, con voz serena y pausada, mientras degustaba un sorbo de café espeso y humeante.

__No lo dudo, respondió el viajero, concentrado en manipular su cámara digital en busca de algunas imágenes que había grabado ese día por la mañana.

__ ¿Qué busca?, le preguntó su amigo, mientras fruncía el ceño.

__ ¡Aquí está! ¡Ya lo tengo!, exclamó el viajero, mostrándole a Roberto una secuencia de fotos.

__ Ummm..., veamos, el hospital, la universidad, el museo, las imprentas…de nuevo el hospital, el árbol de la meditación…de nuevo la universidad…vaya, veo que hoy recorrió buena parte del ashram, murmuró aquel hombre que ya acostumbraba a ver el monasterio como su propia casa.

Para Roberto era evidente que el viajero había quedado muy impresionado por el hospital, pues abundaban las fotos sobre distintos ángulos de aquel inmenso edificio. Por ello, su siguiente comentario emergió de una manera bastante natural.

__ Veo que le ha impresionado mucho el hospital ¿No es así?, dijo con cierto brillo de orgullo reflejado en los ojos.

__ Así es. Es de proporciones colosales. Jamás en mi vida había visto unas instalaciones tan enormes para un hospital, dijo el viajero, denotando asombro y sinceridad en sus palabras.

__ Veo que todas las tomas de su cámara son externas. De haber usted logrado entrar se hubiera quedado todavía más impresionado. Adentro hay equipo quirúrgico de primera generación, todo o casi todo donado desde Estados Unidos y Europa, se escuchó decir a Roberto.

__ ¿Y el personal médico y paramédico?, interrogó el viajero.

__ También es en gran parte foráneo. Hay mucho especialista de primera línea en el campo de la medicina, aunque ellos sólo vienen por períodos cortos de tiempo y no cobran un centavo, respondió Roberto.

__ Alguien me explico que los internos tampoco pagan nada. ¿Es eso cierto? preguntó el viajero.

__ En efecto. Aquí viene la gente más pobre de entre los pobres de la India. Pasa exactamente lo mismo con la universidad, que no les cuesta un solo centavo a los estudiantes, pero estos deben tener un alto rendimiento académico y ser de muy extrema pobreza… son los dos requisitos principales, dijo Roberto.

__ Con toda franqueza, espero usted no se moleste con lo que voy a decirle, pero me parece que más que lo meramente religioso, son este tipo de cosas sociales las que en realidad le atraen a usted de Prasanti… ¿No es cierto?, preguntó el viajero, mientras miraba fijamente a través de los gruesos vidrios de los lentes de su interlocutor.

__ Así es mi amigo. Y creo que usted anda en las mismas que yo. Intereses sociológicos más que metafísicos… ¿verdad?, se escuchó responder a Roberto, devolviéndole la pelota al campo de su amigo con una discreta sonrisa apenas imperceptible.

__ Si, así es. A mi no me interesa averiguar si Sai Baba es un dios, un mago o si es la misma reencarnación de Buda. Me interesa el impresionante trabajo social y humanitario que bulle en este lugar, donde parece que las leyes monetarias del capitalismo se rompen en mil pedazos, y los ricos del mundo se vuelven socialistas…aunque sea por breves momentos y con una ínfima porción de su dinero. Tal y como usted dice, esto no existe en ningún otro lugar… se escuchó responder al viajero.

__ ¡Cierto!, exclamó Roberto, con marcado y entusiasta énfasis, como si de pronto recordara algo que de tan familiar empezaba a olvidar.

__ Es más, aquí hasta se dan el lujo de atender a uno que otro sudamericano de clase media, como ocurre con Mario y Luisa, dijo el viajero.

__ ¿Quiénes son ellos?, preguntó con extrañeza Roberto.

__ Mario es un muchacho argentino que recién conocí el día que llegué al apartamento colectivo que me asignaron al registrarme en la entrada del ashram. A él, según me contó el primer día que platicamos, los médicos de su país lo desahuciaron. Tiene destrozada la columna vertebral producto de un grave accidente automovilístico que sufrió en Buenos Aires. Me contó que vino acá hace cuatro años – prosiguió explicando el viajero-, acompañado de sus padres. Desde entonces Mario espera que Sai Baba lo reciba, pues cree que mediante un milagro él puede devolverle las capacidades motrices a sus piernas.

__ Muy triste ese caso, alcanzó a balbucear escuetamente Roberto.

__Si, indudablemente. Desde que yo llegué aquí y me instalé en el apartamento donde esta él, todas las madrugadas, cuando me estoy preparando para salir hacia el Darshan de las 5, Mario se despierta y oigo que me dice; “Che, te deseo suerte. Si acaso Sai se te cruza por el camino, contale acerca de mi, oíste”. Y entonces yo le respondo: ¿Por qué mejor no te venís conmigo? Yo te llevo en la silla, no hay problema.

__ ¿Y qué le responde él?, interrogó Roberto.

__ Nada. No me responde nada. Solo se le humedecen sus ojos claros. Entiendo que él está agotado o quizá frustrado con tantos años de espera inútil.

Al oír estas palabras, aquel hombre de edad madura se llevó una mano hacia la pequeña bolsa de su camisa, y mientras sacaba una pluma y un diminuto pedazo de papel, se dirigió al viajero y con un extraño tono de voz le dijo al viajero:

__ Necesito que me de todos los detalles acerca de ese muchacho. Veré que puedo hacer por él. Y respecto a la otra persona…

__ Se llama Luisa, es una chilena, se apresuró a responder el viajero.

__ ¿Quién es ella?, preguntó Roberto.

__ La conocí apenas ayer por la tarde, mientras cenaba en uno de los comedores donde sirven los platillos tradicionales, la comida local. Yo tenía poco tiempo de haber empezado a comer, cuando de pronto escuché detrás de mí, las voces de un par de mujeres que hablaban muy claramente en castellano. Eso de inmediato me llamó poderosamente y cuando volví la cabeza para ver hacia atrás, me percaté de que ellas me estaban observando con igual curiosidad, como intentando adivinar mi nacionalidad o algo parecido, dijo el viajero.

__ ¿Ellas también llevan años de permanecer aquí?, preguntó Roberto.

__ No, según me contaron llevan únicamente pocos meses de estancia en Prasanthi. Una de las dos mujeres, la que dijo llamarse Luisa, me contó que en Chile los médicos le detectaron un cáncer pulmonar en estado muy avanzado, y que le habían diagnosticado poco tiempo de vida, explicó el viajero.

__ Ya veo, también le voy a pedir los datos específicos que ella pudiese haberle dado a usted, se escuchó decir a Roberto.

Por unos instantes se hizo un breve e involuntario silencio entre aquellos dos hombres que ocupaban una mesa de aquel restaurante, que a esa hora lucía semi-vacío. Eran aproximadamente las 6:30 de la tarde. Afuera la luz solar empezaba a ceder su lugar a las primeras sombras de la noche que recién nacía. Pese a ello, la temperatura ambiente al final de la tarde seguía siendo en ese lugar un tanto alta, produciendo un calor húmedo que hacía sudar a con gran facilidad.

__ Usted me cae muy bien. Debería quedarse más tiempo, se escuchó decir de pronto a Roberto, rompiendo el silencio. Aquí usted con sus conocimientos podría ser de gran ayuda.

__ Gracias por esa opinión, respondió de inmediato el viajero y prosiguió su argumentación. A mí en lo personal me gustaría algo así pero debo de partir mañana mismo al caer la tarde. Salgo de nuevo hacia Madrás, donde me esperan este próximo martes. Y luego debo de subir nuevamente otros 1500 kilómetros, para llegar a Nagpur, el corazón de la India, en donde me espera mi amigo Pakrash. Una semana después salgo desde allí hacia el nor-oeste, otros 1,300 kilómetros, para llegar Varanasi, donde me darán algunas entrevistas en la universidad.

__ Es una lástima. ¿Y si regresa de nuevo acá al terminar sus compromisos en Varanasi?, se escuchó decir a Roberto, en voz muy baja, casi imperceptible.

__ Eso es muy difícil, respondió de inmediato el viajero, empleando un tono amable, para no parecer arrogante. Primero porque desde Varanasi debo de cruzar luego hacia Sonauli, pasando la frontera para llegar del lado nepalés, hasta alcanzar por tierra la ciudad de Katmandú, la capital. Y segundo, por la sencilla razón de que volver aquí significaría prácticamente volver a atravesar toda la India de Norte a Sur, casi hasta el extremo de la punta sur-central donde ahora estamos. Estamos hablando de casi tres mil kilómetros, sólo de regreso, sin contar los que ahora tengo que recorrer para llegar hasta arriba, a Nepal.

__ Entiendo, el dinero es siempre un factor a tomar en cuenta, dijo Roberto, en tono condescendiente.

__ Así es. Y no se trata sólo de dinero. Aún cuando tuviera el suficiente para comprarme un boleto de avión y regresar aquí de una manera más directa y rápida, no tengo el tiempo necesario para poder hacerlo. Debo de regresar a mi casa, en América Central, donde me esperan tras casi un par de años de ausencia.

__ ¡Comprendo perfectamente!, dijo Roberto. Su vida me recuerda la mía. Cuando yo tenía su edad me pasaba algo muy similar. Me costaba mucho variar mis planes pre-concebidos. Sufría mucho con cualquier cambio, por milimétrica que fuera la variación. Pero el tiempo le va enseñando a uno y poco a poco se va aprendiendo…dijo Roberto, imprimiéndole a sus palabras un extraño tono de voz.

¿Aprendiendo uno?, interrogó el viajero, quien esta vez era él quien no comprendía bien.

__ Quiero decir, los planes que uno hace son fijos, pero resulta que la vida es en sí misma algo fluido, y no siempre ella respeta las rigideces que nosotros nos auto-imponemos. La vida es aleatoria, no es unidireccional, y en cambio nuestros planes normalmente si lo son…ese es el problema, dijo aquel hombre de cabellos profundamente plateados.



Fin-


Sergio Barrios E. /