sábado, 21 de noviembre de 2009

Serie Puros Cuentos: Parte IV: EN SONIPAT NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO"

Universidad de Delhi



Narrativa Breve:



"Nueve Mil setecientos sesenta kilòmetros a travès de la India"



Serie Puros Cuentos:




Parte IV:



"EN SONIPAT NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO"



“En Sonipat No todo lo que brilla es oro”

La charla con el Dr. Mojumbra, profesor de filosofía en la Universidad de Delhi fue bastante amena y cordial, a pesar de que esa mañana en particular él estaba un tanto presionado con el tiempo, pues lo esperaban sus alumnos para la realización de un examen.

Sin embargo, no apresuró la charla y más bien percibí que realmente él se sentía complacido de que alguien viniera desde el otro lado del mundo sólo para entrevistarlo. Faltando pocos minutos para dar por concluido aquel encuentro, me propuso que le buscara de nuevo en cuanto yo regresara de mi viaje hacia el sur, a Madrás, pues según me dijo, deseaba darme los contactos de varios monjes tibetanos amigos suyos, que vivían en el Estado de Himachal Pradesh.

Poco tiempo después de haberme despedido de Mojumbra, todavía tuve tiempo de dar una vuelta por corredores y pasillos de diferentes escuelas y facultades, preparándome para la siguiente cita previamente concertada para ese mismo día, la cual estaba prevista para realizarse poco después de las 12 pm., no para hablar de filosofía hindú, sino más bien, el tema con este otro profesor, ahora de la Facultad de Economía, sería sobre sus experiencias con los programas de reducción de la pobreza, como miembro de una coalición de organizaciones no-gubernamentales que laboraban en algunas zonas deprimidas del centro de la India.

Las dos citas salieron como las tenía planificada, y antes de las dos de la tarde estaba listo ya para abandonar la universidad, no sin antes intercambiar algunas palabras con estudiantes que charlaban en pasillos, y tomarles fotos, tanto a los que vestían a la usanza tradicional (especialmente mujeres con sus saris), como a aquellos estudiantes de ambos sexos que en una considerable cantidad, vestían jeans y chaquetas a la usanza “moderna”, es decir, a lo Occidental.

Salí entonces de la universidad y de inmediato me dirigí hacia la ISBT, siglas de lo que era la terminal de buses que van hacia la ciudad de Sonipat, en el Estado de Haryana, al norte de Delhi, donde iba a buscar a alguien con quien en efecto no tenía cita acordada de previo, por lo que corría cierto riesgo de no encontrar a la persona o de que no me recibiera.

Sonipat no está muy lejos, quizá no más de 70 kilómetros al norte de Delhi, pero debía apresurarme, pues deseaba regresar esa misma tarde a mi hotel en Connaught Place. Con mucha fortuna y extrañamente, logré tomar un bus semi-vacío que iba saliendo para allá, y a eso de las 4:30 pm ya estaba entrando a la pequeña ciudad.

En cuanto llegué a la estación de buses busqué la solapa interior de la portada del libro que llevaba en mi pequeña mochila, donde aparecía un pequeño esquema a manera de mapa sencillo, el cual daba indicaciones de la ruta para llegar hasta el área rural donde estaba situado el ashram (monasterio) del profesor Goel, el mismo autor del libro que yo había comprado en Londres, y a quien deseaba entrevistar sobre su estudio filosófico-neuro-fisiológico de las prácticas específicas de meditación, y lo segundo, era que necesitaba información sobre la forma más sencilla de llegar a Prasanthi Nilayam, el mega-monasterio donde vive el super famoso gurú Sai Baba (un “brujo” o “mago negro”, me dijo una señora vendedora de frutas que conocí en un mercado de Delhi, que casi me regañó cuando le pregunté por el famoso personaje).

__ En Europa y en los Estados Unidos lo quieren y veneran mucho…, le dije a la señora.
__ Eso es porque no viven aquí, en el extranjero no lo conocen….me contestó.

Luego fui descubriendo que conforme me acercaba a las regiones del sur de la India, en las àreas mas cercanas a la zona donde vive este famoso gurù, las opiniones de la gente comùn son màs positivas y benèvolas, incluyendo entre alguna gente entrevistada en la calle, la de “Dios” o su representante en la tierra, y expresiones parecidas.

La cosa es que aquella tarde muy rápidamente se me acercó un muchacho con su rickshaw o moto-taxi, y al verme de pie bajo el sol estudiando aquel pequeño mapa, me preguntó el lugar que buscaba, y al decirle el nombre del ashram de inmediato dijo conocerlo. Salimos entonces de la pequeña ciudad y atravesamos unos cinco o quizá siete kilómetros por un muy maltrecho camino lleno de lodo, hoyos y charcos.

Avanzamos una media hora y por ciertos tramos fuimos con cierta lentitud, a fin de evitar quedarnos en medio de una laguneta, hasta que finalmente se detuvo justo en frente de lo que parecía el portón de una gran finca algo rústica. Acordé con el conductor de la moto-taxi de que me esperara, pues no tardaría más de una hora (saldría de allí antes de las seis de la tarde), y apenas estaba bajándome del vehículo enlodado cuando un hombre de aspecto adusto, de baja estatura y complexión física algo fornida, quizá de unos 59 años, estaba de pie en la puerta del monasterio, observando la escena del muchacho del rickshaw y del extranjero conversando y a la vez bajando.

Aquel hombre más que de filósofo tenía el aspecto de patrón de finca. Lo saludé con deferencia en cuanto me hube acercado a él lo suficiente, más no le tendí la mano pues en India no mucha gente acostumbra a saludar con ese gesto occidental. Me presenté rápidamente y le dije que había leído su libro en inglés (lo llevaba dentro de mi pequeño bolso pero no se lo mostré), y él apenas si se inmuto.
__ ¿Qué quiere?, fue toda su reacción en forma de una pregunta seca que más parecía un rocketazo.
__ Necesito entrevistarlo acerca de su libro sobre la meditaciòn y el tercer ojo, le contesté, mirándolo fijamente.
__ En este momento no puedo atenderlo. Tendrá que esperarme hasta las seis de la tarde.
__ Esa es una hora muy inconveniente para mí. Debo de regresar a Delhi antes de que anochezca, le contesté.

Aquel hombre ya no contestó nada. Simplemente dio la media vuelta, se alejó de mi unos cuantos pasos y haciendo señas con una mano, le dio instrucciones a un hombre de edad bastante avanzada que parecía estar allí realizando labores de jardinería. De inmediato el jardinero o mozo se acercó a mí y en un inglés bastante ininteligible, me dijo que lo siguiera, que me iba a mostrar las oficinas de adentro donde me iba a atender una secretaria.

Sin muchas ganas de hacerlo, decidí entrar y seguir al hombre aquel. En unos cuantos instantes estaba frente a unas oficinas modestas pero decentes, construidas de concreto, muy limpias y bien pintadas. Entré y de inmediato pude observar a una mujer algo gordita con su tradicional sari, pero con una expresión facial todavía mucho más seria y adusta que el mismo Goel.

No estuve allí más de quince minutos. Aquella mujer no estaba en condiciones de explicarme nada, y a cambio me dio un puñado de papeles, folletos y formularios de la enorme cantidad de requisitos que allí pedían para poder ingresar como huésped del monasterio (número de seguro social en el país de origen, información sobre seguros de vida, profesión y lugar de trabajo, salario, tarjetas de crèdito, etc, etc.).

Pensè entonces para mis adentros, que donde quiera que el dinero llega todo lo prostituye.

Con buenos modales pero con la paciencia algo ya erosionada, hice los papeles a un lado y le expliqué entonces a aquella mujer que yo no tenía interés en alojarme en ese monasterio. Le dije que sólo quería entrevistar al señor Goel y necesitaba información sobre Prasanthi Nilayam en Madrás. Con evidente mal humor, la mujer recogió de nuevo los formularios que me había dado momentos antes, y de mala gana me dijo que llamaría a una estudiante alemana residente en el lugar, para que ella me diera toda la información sobre el ashram de Baba, expresión que ella usó sin utilizar el Sai.

Ya no quise esperar un segundo más en aquel lugar. Sin despedirme ni hablar con ninguna alumna o huésped, me retiré de inmediato saliendo en busca del muchacho de la moto-taxi, quien impaciente observaba con insistencia su reloj. La tarde estaba muriendo aceleradamente y yo debía apresurarme a regresar a Sonipat, para tomar el último bus de la siete de la noche y regresar cuanto antes a Delhi.

Cuando iba ya tranquilo en el bus hacia Delhi, recordaba lo que alguna vez un amigo me había dicho respecto a ciertos autores de libros cuando están con vida.

“A algunos de ellos es mejor conocerlos sólo a través de su literatura…”, me decía él. Y luego me decía a mi mismo, mientras observaba la tapa del libro que llevaba en mi bolso; “no todo lo que brilla es oro”.


Fin /