martes, 22 de diciembre de 2009

SERIE PUROS CUENTOS- V- ESTACION CENTRAL


Nueve Mil setecientos Kilòmetros a travès de la India






SERIE PUROS CUENTOS -



Parte V



"Estacion Central"














Niños en Fiesta Anual de Ganesh- Calles de Nueva Delhi
"Estacion Central"

Por Sergio Barrios Escalante




“Estación Central”


Con dificultad el viajero se fue abriendo paso entre la muchedumbre aglomerada aquella mañana entre las numerosas filas desordenadas, en el interior de aquel inmenso salón repleto de ventanillas. Pasaban los minutos y las filas cada vez se diluían más sin llegar a disiparse del todo, entrecruzándose como si fuesen enormes y ondulantes serpientes.

El calor y el murmullo de centenares de voces redoblaban el ambiente denso. Al percatarse que las filas no avanzaban el viajero decidió abrirse paso hacia delante hasta conseguir llegar frente al encargado de la ventanilla que a él le interesaba.

__ Se nos cayó el sistema. No venderemos boletos hasta dentro de unas tres o cuatro horas. Será mejor que regrese por la tarde, fue la respuesta que brindó aquel hombre sentado detrás del vidrio.

Sin decir una palabra, el viajero se detuvo en silencio por unos instantes, haciendo girar su mirada en un ángulo completo de 180 grados, mientras se secaba el sudor de la frente. Vio entonces como algunas mujeres y niños esperaban sentados en el piso, pese a lo incómodo pues este se encontraba mojado.

Ese detalle le llamó la atención al viajero por lo que preguntó al respecto a un hombre que tenía cerca.

__Desde hace un tiempo lo mantienen así desde muy temprano en la mañana, para evitar que la gente se siente o acueste allí, respondió aquel hombre, mientras se limpiaba sus bigotes negros con la punta de la lengua.

__ ¿Cuál es el problema que la gente lo haga?, se escuchó preguntar de nuevo al viajero, mientras arqueaba sus cejas.

__ Hasta hace poco tiempo muchos viajeros, especialmente los sadus y otro tipo de nómadas, solos o en grupos pequeños y grandes, acostumbraban a pernoctar durante mucho tiempo en las estaciones de trenes, respondió el hombre, mientras terminaba de devorar un trozo de pan relleno con carne de gallina. Pero, en los últimos años, prosiguió diciendo, el gobierno ya no permite eso en muchas estaciones del país.

__ ¿Qué tanto tiempo duraba esa gente en estos sitios?, inquirió el viajero.

__ A veces pasaban meses o hasta años, respondió lacónicamente.

__ ¡No le creo! contestó de inmediato el viajero.

__ Pregunte entonces a otra gente… a cualquiera de los que están aquí y le va a decir lo mismo, respondió el hombre, en un tono entre amable y displicente.

__ ¿Y dónde pernocta ahora toda esa gente?, se escuchó decir al viajero.

__ Bueno, aquí en la New Delhi Railway Station los nómadas se quedan a vivir algún tiempo en la parte de atrás de este edificio administrativo, cerca de los andenes donde se toman los trenes, respondió.

__ ¿Cómo es posible que esta gente se quede por años viviendo en una estación de paso?, volvió el viajero a insistir.

__ Lo que sucede es que algunos lo hacen por razones religiosas…van visitando distintos lugares de peregrinación religiosa y no tienen mucha prisa en llegar. Otros son hombres o mujeres ancianos, o gente adulta que viaja con toda su numerosa prole, y se quedan sin dinero antes de llegar a su destino, y no pueden continuar ni tampoco regresar.

__ ¿Y cómo hacen para sobrevivir? ¿Cómo se alimentan?, preguntó el viajero, pensando simultáneamente en salir de inmediato para constatar aquello con sus propios ojos.

__ Piden…simplemente piden limosna en las calles…respondió el hindú.

Al escuchar estas explicaciones el viajero se despidió rápidamente de su interlocutor ocasional y decidió salir de aquellas oficinas para ir a echar un vistazo a la parte externa, donde se abordan los trenes.

Luego de caminar a través de largas pasarelas de metal y acero, construidas a considerable altura y repletas de ríos de gente en sus largos corredores, entre empellones, todo tipo de olores y aromas humanos y no humanos, y escuchando distinto tipo de dialectos regionales que salía de entre los murmullos, finalmente el viajero llegó hasta la parte baja, descendiendo por unas gradas que daban acceso directo a los andenes.

A parte de los miles de niños, mujeres, hombres de todas las edades y condiciones que estaban aglomerados en los largos pasillos de concreto, algunos en aparente espera de abordaje otros no se sabía muy bien…sentados en esa particular posición que sólo a ellos les parece cómoda, y otros acostados o de pie, al viajero de inmediato le llamó la atención un par de trenes que en ese momento estaban recibiendo y acomodando pasajeros.

Lo sorprendió la notoria modernidad de esas gigantescas bestias metálicas. No eran ultra-modernos como los trenes que hay en Europa, pero tampoco eran las vetustas tortugas de hierros ennegrecidos que desde niño el viajero había observado en la televisión, los periódicos y en el cine. Las moles que tenía frente a sus ojos tampoco llevaban a miles de pasajeros sentados en el techo. Antes bien, descubrió que en la parte superior de aquellas móviles moles de acero había toda una enmarañada red de cables de alta tensión.

__ ¿Son eléctricas esas locomotoras?, preguntó en voz alta el viajero a un empleado, una especie de supervisor, que momentáneamente había descendido del interior.

__ Así es, asintió lacónicamente aquel hombre, mientras se componía con dorso de su mano el gorro de su uniforme.

__ Estas máquinas no parecen tener mucho uso. ¿No es así?, se escuchó preguntar de nuevo el viajero.

__ Esto recién ha sido modernizado, se escuchó responder al supervisor. Por extensión en kilómetros, la red ferroviaria de la India es la más cuarta más grande del mundo… respondió aquel hombre, mientras se subía rápidamente a uno de los vagones de aquel tren, que en ese preciso instante comenzaba a desperezarse suave y silenciosamente.

Mientras tanto, el bullicio continuaba en aquel sitio. Las pasarelas y los pasillos de abajo, en el andén, continuaban vomitando gente oriunda de todos los rincones del país. Entre maletas, cajas de cartón, animales amarrados, muebles de todo tipo y gente durmiendo o sentada en el piso, el viajero caminó de nuevo buscando la salida, mientras las pupilas de sus ojos se inundaban con imágenes de niños, muchos niños, miles de niños flaquitos, gorditos, muy morenitos, poco morenitos…todos con inmensos ojos negros y profundos, cuyo brillo y lucidez parecía taladrar todo lo que observaban a su alrededor. Un inmenso ejército de pequeñas criaturas… solas o acompañadas de sus padres, parientes, o quizá de sus patrones.

- - - - - - - - - - -

sábado, 21 de noviembre de 2009

Serie Puros Cuentos: Parte IV: EN SONIPAT NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO"

Universidad de Delhi



Narrativa Breve:



"Nueve Mil setecientos sesenta kilòmetros a travès de la India"



Serie Puros Cuentos:




Parte IV:



"EN SONIPAT NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO"



“En Sonipat No todo lo que brilla es oro”

La charla con el Dr. Mojumbra, profesor de filosofía en la Universidad de Delhi fue bastante amena y cordial, a pesar de que esa mañana en particular él estaba un tanto presionado con el tiempo, pues lo esperaban sus alumnos para la realización de un examen.

Sin embargo, no apresuró la charla y más bien percibí que realmente él se sentía complacido de que alguien viniera desde el otro lado del mundo sólo para entrevistarlo. Faltando pocos minutos para dar por concluido aquel encuentro, me propuso que le buscara de nuevo en cuanto yo regresara de mi viaje hacia el sur, a Madrás, pues según me dijo, deseaba darme los contactos de varios monjes tibetanos amigos suyos, que vivían en el Estado de Himachal Pradesh.

Poco tiempo después de haberme despedido de Mojumbra, todavía tuve tiempo de dar una vuelta por corredores y pasillos de diferentes escuelas y facultades, preparándome para la siguiente cita previamente concertada para ese mismo día, la cual estaba prevista para realizarse poco después de las 12 pm., no para hablar de filosofía hindú, sino más bien, el tema con este otro profesor, ahora de la Facultad de Economía, sería sobre sus experiencias con los programas de reducción de la pobreza, como miembro de una coalición de organizaciones no-gubernamentales que laboraban en algunas zonas deprimidas del centro de la India.

Las dos citas salieron como las tenía planificada, y antes de las dos de la tarde estaba listo ya para abandonar la universidad, no sin antes intercambiar algunas palabras con estudiantes que charlaban en pasillos, y tomarles fotos, tanto a los que vestían a la usanza tradicional (especialmente mujeres con sus saris), como a aquellos estudiantes de ambos sexos que en una considerable cantidad, vestían jeans y chaquetas a la usanza “moderna”, es decir, a lo Occidental.

Salí entonces de la universidad y de inmediato me dirigí hacia la ISBT, siglas de lo que era la terminal de buses que van hacia la ciudad de Sonipat, en el Estado de Haryana, al norte de Delhi, donde iba a buscar a alguien con quien en efecto no tenía cita acordada de previo, por lo que corría cierto riesgo de no encontrar a la persona o de que no me recibiera.

Sonipat no está muy lejos, quizá no más de 70 kilómetros al norte de Delhi, pero debía apresurarme, pues deseaba regresar esa misma tarde a mi hotel en Connaught Place. Con mucha fortuna y extrañamente, logré tomar un bus semi-vacío que iba saliendo para allá, y a eso de las 4:30 pm ya estaba entrando a la pequeña ciudad.

En cuanto llegué a la estación de buses busqué la solapa interior de la portada del libro que llevaba en mi pequeña mochila, donde aparecía un pequeño esquema a manera de mapa sencillo, el cual daba indicaciones de la ruta para llegar hasta el área rural donde estaba situado el ashram (monasterio) del profesor Goel, el mismo autor del libro que yo había comprado en Londres, y a quien deseaba entrevistar sobre su estudio filosófico-neuro-fisiológico de las prácticas específicas de meditación, y lo segundo, era que necesitaba información sobre la forma más sencilla de llegar a Prasanthi Nilayam, el mega-monasterio donde vive el super famoso gurú Sai Baba (un “brujo” o “mago negro”, me dijo una señora vendedora de frutas que conocí en un mercado de Delhi, que casi me regañó cuando le pregunté por el famoso personaje).

__ En Europa y en los Estados Unidos lo quieren y veneran mucho…, le dije a la señora.
__ Eso es porque no viven aquí, en el extranjero no lo conocen….me contestó.

Luego fui descubriendo que conforme me acercaba a las regiones del sur de la India, en las àreas mas cercanas a la zona donde vive este famoso gurù, las opiniones de la gente comùn son màs positivas y benèvolas, incluyendo entre alguna gente entrevistada en la calle, la de “Dios” o su representante en la tierra, y expresiones parecidas.

La cosa es que aquella tarde muy rápidamente se me acercó un muchacho con su rickshaw o moto-taxi, y al verme de pie bajo el sol estudiando aquel pequeño mapa, me preguntó el lugar que buscaba, y al decirle el nombre del ashram de inmediato dijo conocerlo. Salimos entonces de la pequeña ciudad y atravesamos unos cinco o quizá siete kilómetros por un muy maltrecho camino lleno de lodo, hoyos y charcos.

Avanzamos una media hora y por ciertos tramos fuimos con cierta lentitud, a fin de evitar quedarnos en medio de una laguneta, hasta que finalmente se detuvo justo en frente de lo que parecía el portón de una gran finca algo rústica. Acordé con el conductor de la moto-taxi de que me esperara, pues no tardaría más de una hora (saldría de allí antes de las seis de la tarde), y apenas estaba bajándome del vehículo enlodado cuando un hombre de aspecto adusto, de baja estatura y complexión física algo fornida, quizá de unos 59 años, estaba de pie en la puerta del monasterio, observando la escena del muchacho del rickshaw y del extranjero conversando y a la vez bajando.

Aquel hombre más que de filósofo tenía el aspecto de patrón de finca. Lo saludé con deferencia en cuanto me hube acercado a él lo suficiente, más no le tendí la mano pues en India no mucha gente acostumbra a saludar con ese gesto occidental. Me presenté rápidamente y le dije que había leído su libro en inglés (lo llevaba dentro de mi pequeño bolso pero no se lo mostré), y él apenas si se inmuto.
__ ¿Qué quiere?, fue toda su reacción en forma de una pregunta seca que más parecía un rocketazo.
__ Necesito entrevistarlo acerca de su libro sobre la meditaciòn y el tercer ojo, le contesté, mirándolo fijamente.
__ En este momento no puedo atenderlo. Tendrá que esperarme hasta las seis de la tarde.
__ Esa es una hora muy inconveniente para mí. Debo de regresar a Delhi antes de que anochezca, le contesté.

Aquel hombre ya no contestó nada. Simplemente dio la media vuelta, se alejó de mi unos cuantos pasos y haciendo señas con una mano, le dio instrucciones a un hombre de edad bastante avanzada que parecía estar allí realizando labores de jardinería. De inmediato el jardinero o mozo se acercó a mí y en un inglés bastante ininteligible, me dijo que lo siguiera, que me iba a mostrar las oficinas de adentro donde me iba a atender una secretaria.

Sin muchas ganas de hacerlo, decidí entrar y seguir al hombre aquel. En unos cuantos instantes estaba frente a unas oficinas modestas pero decentes, construidas de concreto, muy limpias y bien pintadas. Entré y de inmediato pude observar a una mujer algo gordita con su tradicional sari, pero con una expresión facial todavía mucho más seria y adusta que el mismo Goel.

No estuve allí más de quince minutos. Aquella mujer no estaba en condiciones de explicarme nada, y a cambio me dio un puñado de papeles, folletos y formularios de la enorme cantidad de requisitos que allí pedían para poder ingresar como huésped del monasterio (número de seguro social en el país de origen, información sobre seguros de vida, profesión y lugar de trabajo, salario, tarjetas de crèdito, etc, etc.).

Pensè entonces para mis adentros, que donde quiera que el dinero llega todo lo prostituye.

Con buenos modales pero con la paciencia algo ya erosionada, hice los papeles a un lado y le expliqué entonces a aquella mujer que yo no tenía interés en alojarme en ese monasterio. Le dije que sólo quería entrevistar al señor Goel y necesitaba información sobre Prasanthi Nilayam en Madrás. Con evidente mal humor, la mujer recogió de nuevo los formularios que me había dado momentos antes, y de mala gana me dijo que llamaría a una estudiante alemana residente en el lugar, para que ella me diera toda la información sobre el ashram de Baba, expresión que ella usó sin utilizar el Sai.

Ya no quise esperar un segundo más en aquel lugar. Sin despedirme ni hablar con ninguna alumna o huésped, me retiré de inmediato saliendo en busca del muchacho de la moto-taxi, quien impaciente observaba con insistencia su reloj. La tarde estaba muriendo aceleradamente y yo debía apresurarme a regresar a Sonipat, para tomar el último bus de la siete de la noche y regresar cuanto antes a Delhi.

Cuando iba ya tranquilo en el bus hacia Delhi, recordaba lo que alguna vez un amigo me había dicho respecto a ciertos autores de libros cuando están con vida.

“A algunos de ellos es mejor conocerlos sólo a través de su literatura…”, me decía él. Y luego me decía a mi mismo, mientras observaba la tapa del libro que llevaba en mi bolso; “no todo lo que brilla es oro”.


Fin /






martes, 27 de octubre de 2009

9, 760 kILÌOMETROS A TRAVES DE LA INDIA - Serie : Puros Cuentos (Parte III)





NUEVE MIL SETECIENTOS SESENTA KILÒMETROS A TRAVÈS DE LA INDIA




SERIE "PUROS CUENTOS"



Parte III





Connaught Place


De la Serie “PUROS CUENTOS”



“Nueve Mil setecientos kilómetros a través de la India”



(Parte III)




CONNAUGHT PLACE




__Bajando aquí las gradas, a través del sub-way, llegamos rápido al otro lado de la autopista, allí donde está la otra librería con el tipo de libros que usted anda buscando…dijo la mujer, mientras miraba de reojo al hombre que la acompañaba, un tipo alto, delgado, de tez morena clara y de aspecto algo lúgubre, que no hablaba nada de inglés y además, no infundía mucha confianza en aquel viajero que escuchaba con cierta incómoda amabilidad.

Luego de decir esas palabras, aquella mujer de baja estatura, complexión algo fuerte, vestida con el tradicional sari de las mujeres hindúes, señaló hacia la entrada de aquel subterráneo pasadizo urbano, que su parte externa y superior soportaba el paso y el peso de un abundante tráfico vehicular que circulaba a gran velocidad.

Cuando el viajero puso atención por vez primera a la boca oscura que conducía hacia las entrañas del pasadizo, sintió un leve escalofrío que le recorrió la espalda, y de súbito captó las verdaderas intenciones de aquella extraña pareja que minutos antes había conocido en la puerta principal de la oficina central de correos.

La mujer insistió un par de veces más, pero al darse cuenta que el viajero sospechaba algún atraco, disimuló su interés cambiando de tema.

__Bueno, está bien. Nos gustaría conocer tu hotel. ¿Está muy lejos de aquí?, preguntó ella, mientras el hombre que la acompañaba se alejaba un par de pasos, en una actitud que denotaba nerviosismo, impaciencia y algo de malestar.

Solamente en ese instante el viajero pudo percatarse de que en realidad se encontraban de pie sobre la acera, a muy pocos paso justo en frente de la puerta principal de su hotel, la cual reconoció de inmediato por las empinadas gradas que debían subirse para poder ingresar a través del segundo piso.

__Está muy lejos de aquí. Será mejor que regresemos a la oficina de correos, pues quiero comprar otras postales, se escuchó decir al viajero, mientras con disimulo observaba de reojo el rótulo de gas neón que colgaba arriba sobre sus cabezas, y que en grandes letras color azul y fondo blanco anunciaban el nombre; Hotel Bright.

Muy pronto, el viajero pudo finalmente deshacerse de aquella pareja, no sin antes dar gracias nuevamente al tipo de sueños como el que apenas horas antes había tenido, pues siempre le habían servido de advertencias ante peligros por ocurrir.

A eso del mediodía, el viajero había explorado una gran parte de la extensa zona de Connaught Place, con su abundante cantidad de ambientes formados por numerosos bloques de edificios construidos y situados en forma de media luna, como un enorme coliseo con círculos concéntricos que terminan en un punto central. Cada “anillo” o sección por decirlo de alguna manera, es considerado y llamado “bloque”, y se diferencia de los demás por estar marcado con una letra específica del alfabeto castellano.

Esta área empezó a ser construida durante los años treinta del siglo pasado, y en época dorada fue considerada como la zona comercial, de servicios y diversión más moderna de Delhi, donde gente de clase media alta y baja se juntaba a comprar un auto, comer un helado, ver la más reciente película de Bollywood, o simplemente a comer comida chatarra de una famosa cadena mundial de restaurantes.

Luego de librarse de un molesto conductor de un triciclo transportador de pasajeros, que había perseguido al viajero por más de un cuarto de hora, siguiéndolo por varias cuadras consecutivas e invitándolo infructuosamente a subirse, el visitante paró en seco y le dijo a aquel insistente trabajador; “Nei, nei, nei, nei”.

__ ¿Por qué no?, insistió el hombre.
__ Porque no voy a ningún lado en este momento, contestó el viajero.
__ No importa, yo lo quiero llevar, dijo aquel tenaz hindú.
__ ¿Pero a dónde me va a llevar?, Yo ahorita no quiero salir de aquí, volvió a decir el viajero.
__ No importa. Yo lo llevo, insistió el hombre, apresurando la velocidad de su triciclo que se desplazaba a muy corta distancia del cliente potencial.
__ Nei, nei, nei, nei, nei. ¿No sabe lo que significa nei?, dijo el viajero, deteniendo en seco nuevamente su rápido caminar.

Por fin el viajero encontró un pequeño parqueo atestado con vehículos y se metió entre los autos, de tal forma que el hombre del triciclo ya no pudo seguirlo. Una hora después buscó un rickshaw, que es una especie moto-taxi, con el cual se dirigió a toda velocidad hacia la universidad de Delhi, en un sector muy alejado de donde estaba.

Como un bólido la moto-taxi se desplazó por entre centenares de carros, motos, autobuses y otros rickshaws, hasta que media hora después, cuando faltaban pocas cuadras para llegar a la universidad, un molesto atasco vehicular los detuvo en un cruce de avenidas. Durante varios minutos el tránsito vehicular por aquel lugar se desplazaba a vuelta de rueda, hasta que finalmente la moto-taxi que llevaba al viajero se acercó hasta el punto crítico donde estaba el obstáculo, y para su asombro, descubrió que se trataba de un enorme búfalo de piel muy oscura y enormes ojos negros y brillantes.

El cuadrúpedo aquel estaba echado justamente en el centro donde convergían las cuatro calles anchas. Con una enorme indiferencia observaba aquél caótico tránsito, que por diversos flancos le pasaba rozando el cuerpo. Al parecer, ni el elevado volumen de las bocinas y ni la estridente música de pop hindú que escupían los autobuses que pasaban por allí, parecían molestarle a aquel animal enemigo declarado de la modernidad.


-------


Parte IV: La universidad de Delhi y la búsqueda del profesor Goel.














miércoles, 23 de septiembre de 2009

9,760 Kilòmetros a travès de la India (Parte II) "Sueños premonitorios en el Hotel Bright"

El Parlamento Nacional


Universidad de Nueva Delhi








9,760 Kilòmetros a travès de la India






(Parte II)






"Sueños premonitorios en el Hotel Bright"




“Sueños premonitorios en el Hotel Bright”



__Cuesta solamente trescientos rupis la noche, dijo el encargado, un hombre de mediana edad, tez oscura y de enormes ojos negros, más oscuros que la bóveda espacial huérfana de estrellas aquella noche.

__ ¿Es lo menos?, contestó el viajero, arqueando las cejas y pausando con claridad lo mejor que podía su inglés, para que aquella conversación fluyera sin problemas de entendimiento.

__Son apenas diez dólares… tome en cuenta que estamos en Connaught place, este es el centro de Delhi, un área muy bonita tal y como usted podrá ver mañana en la mañana, contestó el encargado.

__Uhmm, ajá, se escuchó carraspear al viajero, que en aquellos instantes lo único que deseaba era tirarse en alguna cama para descansar, y por ello, no deseaba continuar regateando. Después de todo, a esas alturas de la madrugada ya había pasado previamente por otros dos hoteles, aprovechando la amable ayuda y la guía del paciente taxista.

__Está bien, dijo el viajero, mientras abría el ziper del cangurito que llevaba prendido de su cinturón, sacando un billete.

__ ¿Desea ver las habitaciones?, le preguntó el encargado, haciéndose un tanto el disimulado y sin tomar el billete que el huésped acababa de colocar encima del escritorio aquel.

__No hay mucho que ver. Su asistente me enseñó ya la única que está libre esta noche, contestó el viajero.

__OK, no problem… que tenga feliz descanso, se oyó decir al encargado, al tiempo que entregaba al viajero un par de llaves colgadas de un pequeño y delgado trozo de madera con un número impreso en ambas caras.

Sin decir nada el joven taxista se adelantó caminando hasta el fondo del pasillo cargando una de las maletas de su cliente, hasta detenerse justo en frente de la habitación asignada al huésped.

Por un momento los dos hombres se entretuvieron un par de minutos mientras calculadora en mano hacían cuentas, sumando, restando y dividiendo cifras, hasta que finalmente se pusieron de acuerdo en la cantidad de dinero que el taxista habría de recibir en pago por sus servicios brindados durante un par de horas.

Rápidamente se despidieron y el viajero de inmediato se encerró en su habitación, sin siquiera quitarse la ropa ni los zapatos, se dejó caer pesadamente sobre aquella ancha y blanda cama.

Durante un breve lapso en aquella habitación reinó un silencio casi absoluto, hasta que el ruido de unos nudillos tocando con insistencia a la puerta, despertó al viajero. Sin embargo, el cansancio lo dominó y prefirió hacerse el sordo, cambiando de posición antes de seguir durmiendo.

Sin embargo, ante la persistencia de los toquidos, los cuales cada vez eran más fuertes, el viajero finalmente decidió levantarse y constatar de una vez por todas de qué o de quién se trataba.

Con pereza y como si estuviese borracho aquel hombre se levantó en mitad de la oscuridad de su habitación, y creyendo dirigirse hacia la puerta se topó con una pared. Comprendió entonces que no se encontraba en su dormitorio de Walthamstow, en Londres, y como pudo, abrió los ojos y vio a sus espaldas la cerradura de la puerta.

Se dirigió hacia allí, quitó el cerrojo, giro la manecilla y entreabrió la puerta. De inmediato sintió un violento empujón que casi lo hace caer al suelo, y al levantar la vista pudo ver a una mujer y un hombre que se dejaban ir encima de él clavándole en cuestión de segundos un cuchillo en el abdomen. En aquellos dramáticos instantes el viajero no supo si caía al suelo o seguía de pie. Por mero instinto se llevó sus manos hacia el estómago, tocándose con angustia la zona de la herida, pero no pudo sentir la humedad de su sangre ni tampoco sintió ningún dolor.

En eso estaba cuando de pronto despertó. Se dio cuenta de que se quejaba con una voz apagada y que su cuerpo estaba bañado en sudor. De inmediato reaccionó y encendió la tenue lucecilla de la diminuta pantalla del reloj digital que llevaba en su muñeca izquierda. Quiso averiguar la hora pero quedó más confundido al ver que el aparatito marcaba las 14 horas PM. Recordó entonces que al salir del aeropuerto horas antes, había olvidado ajustar su reloj a la hora local.

Pasaron algunas horas hasta que la intensa luz que ingresaba al interior de la habitación lo despertó. Calculó entonces que eran aproximadamente las diez de la mañana, por lo que decidió levantarse, quitarse la ropa y meterse a la ducha.

Mientras se bañaba iba construyendo mentalmente la agenda del día. Recordó entonces que, de acuerdo al nombre escrito en la portada del libro que venía leyendo durante todo el trayecto en el avión, y que había dejado a la vista en un pequeño escritorio situado a la par de su cama en aquella habitación de hotel, el apellido de la persona a la cual iría a buscar aquella mañana a la universidad de Delhi. Mientras se enjabonaba repasó mentalmente el nombre. “Se llama B.S. Goel”, se dijo así mismo, y recordó que debía señalarle al autor que su libro estaba vendiéndose en librerias londinenses en plena avendida Gower Street, muy cerca del British Museum.

Pensó entonces que luego de dar un breve paseo por los alrededores del hotel, enviaría al extranjero un par de tarjetas, buscaría un café internet y luego se dirigiría hacia la universidad en busca del profesor.

Muy poco tiempo después, el viajero se encontraba ya en la puerta exterior de su hotel, indagando con el encargado cuál era la forma más práctica y sencilla de llegar hasta la oficina central de correos.

__Desde la India las cartas tardan como un mes en llegar hasta América, le advirtió el encargado. Mejor mande un e-mail le aconsejó.

__Sí, ya lo imaginaba. Eso es típico de los países tercermundistas, le contestó de inmediato el viajero.

__ Tercermundistas todavía…pero no por mucho tiempo más, le espetó de inmediato el encargado, mientras desde el fondo de sus ojos asomaba un chisporroteo de luz en el cual el viajero creyó ver un asomo de orgullo e identidad nacional muy poco disimulado.

Luego de agradecerle al encargado sus instrucciones para llegar a pie a la oficina postal del gobierno, se despidió momentáneamente de él. Nuestro viajero de inmediato se incorporó al escaso y ordenado tráfico peatonal que a esas horas de la mañana fluía por el centro de la ciudad. Comenzaba así su primer día en Delhi.






viernes, 21 de agosto de 2009

INDIA: EL MOVIMIENTO PERPETUO DE LAS MASAS (9,700 kilòmetros a travès de la tierra de Gandhi) - Parte I


NARRATIVA CORTA



"PUROS CUENTOS"




(I)





India: El alucinante movimiento perpetuo de las masas

Primera Parte

(9, 700 kilómetros a través del subcontinente de Gandhi)



(Dedicado a Mr. Pillai y su familia, en Nagpur)





Jung, el famoso psicoanalista suizo, llegó una vez a decir sobre la India; “desde tu primera visita sabrás si la amas o la odias”.

Aquella noche de septiembre, justo a las 12 en punto, al aterrizar el avión en el aeropuerto Indira Gandhi, en Nueva Delhi, empezó para mí una experiencia que a lo largo de 9,700 kilómetros por tren y autobús, haría al final de la jornada inclinarme por la primera opción, pese a los diversos momentos incómodos vividos en el itinerario, pero que a la hora del balance final pesaron poco.

Dada la característica sobresaliente de este país (la nación más poblada del planeta después de China), resulta inevitable para cualquier visitante extranjero el no sentirse aturdido por sus múltiples contrastes.

Enormes cantidades de gente de todas las edades y en todas condiciones (a pie, en bicicleta, en rickshaw, en moto, en carro, taxi y autobús), entrecruzándose por todos lados, a toda hora y por todos los rincones del país. Calles, pueblos, estaciones de tren y de bus, lugares tan diversos atestados de decenas de miles de personas que no cesan de andar de un sitio a otro por toda la geografía del país.

Tres eran los propósitos específicos que me llevaban a visitar por vez primera aquel subcontinente: completar información para una investigación sobre budismo; visitar universidades y ONGs para conocer programas locales y regionales de combate a la pobreza; y el tercero, escalar la primera fase de ascenso al Everest, hasta el punto conocido como “Campo Base”.

Estos objetivos hicieron introducirme en un acelerado itinerario que me llevó a los cuatro puntos cardinales del país (Nueva Delhi y Dharamsala en el Norte; Nagpur en el centro; Madrás y Puthapartti en el Sur; Varanasi o Benarés en el Nor-Este; y Katmandú y Nagarkoot, al norte de la frontera india de Sonauli, ya en Nepal).

Así fue como “descubrí” Dharamsala, pequeño y excepcional pueblo habitado mayormente por refugiados tibetanos y su líder, el Dalai Lama. Pese a la extrema pobreza del pueblecito, me parece que es uno de los pocos lugares de la India donde la pulcritud de sus calles y casas (y la higiene y presentación personal de sus habitantes), resulta verdaderamente contrastante con lo que puede verse en el resto del país. Sus telas típicas, artesanías, la fisonomía y actitudes de su gente, y los alrededores montañosos que bordean el pueblo, reflejan un asombroso parecido con el altiplano guatemalteco.

Memorable fue también haberme encontrado con el decano de la facultad de filosofía de la Universidad de Benares, un indú algo viejo que me dejó perplejo al hablarme con detalles acerca del Popol Vuh, y sus enormes paralelismos con la ancestral filosofía de los antiguos Vedas.

Otro lugar, esta vez en dirección al sur, Puthapartti, a más de 2,500 kilómetros de distancia de Nueva Delhi (situado entre Bombay y Madrás), alberga a “Prasanti Nilayam”, un ashram o monasterio que abarca una extensa área con edificios de apartamentos, un supermercado, enormes comedores con comidas de todo el mundo, una universidad para estudiantes pobres que cobra 0 centavos, un gigantesco hospital ultra-moderno para enfermos de escasos recursos, y un área especial donde construyeron un aeropuerto para los visitantes extranjeros que llegan en avión privado en busca de su gurú o guía espiritual.

Sin lugar a dudas, la convivencia durante una semana entera con Mr. Pillai y su familia, en Nagpur (justo en el centro geográfico de la India), fue una de mis mejores experiencias en muchos sentidos. En su hogar, cada día era especial, pues con muy buen ánimo preparaban una comida típica regional en honor a su visitante.

Al final de esta brevísima semana, cuando el bus en el que me alejaba de la ciudad comenzó su marcha, pude ver a Mr. Pillai corriendo detrás del vehículo. Llevaba un periódico doblado debajo del brazo. Haciendo señas con un dedo me indicó que leyera aquel diario, y a continuación me lo lanzó por la ventana.

Si mal no recuerdo, se trataba de un ejemplar del Indian Times (o The Hindustan Times creo), de aquel mismo día sábado. Al hojearlo me encontré una nota donde se hablaba de la visita de un tal centroamericano a la ciudad de Nagpur, y de la firma de un documento de constitución de una asociación cultural indu-centroamericana.

Mr. Pillai (quien en su juventud había sido amigo y colaborador personal de Indira Gandhi), había cumplido su promesa de días atrás, cuando casi a la fuerza me llevó a visitar a sus amigos de la redacción del diario citado. En Guatemala, mientras tanto, por aquellos días la gente anda alborotada por algo relevante que iba a suceder a fines de diciembre de ese año de 1996.

Justo 24 horas después de mi partida de la India, el mismo avión que tendría que haber abordado pero un cambio inesperado de fechas me lo impidió, chocó de frente mientras despegaba con otro que estaba aterrizando. Los muertos se contaron por centenares. Para mí, la suerte, el destino (o el capricho de la agencia de viajes), me hizo inclinarme por la mejor opción entre las planteadas por Jung respecto a este gran país.


Sergio Barrios E.



(Narrativa personal publicada por vez primera en la Separata “Op. cit.”, de la Revista Este País (Guatemala), en el verano del 2007).








martes, 21 de julio de 2009

"PUROS CUENTOS"



Nueva Serie de Narrativa Breve


















"Puros Cuentos"














Aquì en este mismo lugar


















Primera narraciòn:














"9,760 kilòmetros a travès de la India"














Cuentea esta primera ronda:














Sergio Barrios E.
















(en agosto, 2009)